lunes, 18 de agosto de 2008

LAS AVENTURAS DE LA LATA ÁGATA Y SU AMIGO EL CORAZÓN TRISTÓN


Ágata no era una lata común, pues en su interior contenía guisantes de la mejor calidad. Esa circunstancia le daba un status especial en el aparador del supermercado. Ágata estaba acostumbrada a que el resto de productos la miraran y eran ya más que habituales los piropos groseros de las cajas de galletas y las envidias de los yogures de fresa.

Un día Corazón Tristón se dejó caer por el supermercado. Como de costumbre compró tres kilos de fantasía, dos botellas de esperanza y unas infusiones de realidad. Al pasar por las conservas se detuvo curioso de ver una lata tan brillante. Ágata también se fijó en el extraño personaje y cuando Corazón Tristón estaba a punto de seguir su camino hacia la caja registradora, Ágata habló:

¡Eh, tú, corazón! ¿Por qué no me llevas contigo?
¿Y para qué querría yo una lata de guisantes? Los corazones no comen guisantes.
Pero yo no soy una lata corriente. Soy una lata con superpoderes.
¿Y qué poderes tienes?- preguntó curioso Corazón Tristón.
Tengo el poder de hacer feliz a quien está conmigo.

Ágata sabía que estaba mintiendo respecto a sus poderes. Ella podría ser una lata muy exquisita, pero no era más que hojalata y guisantes. Hacía tiempo que a Ágata le rondaba por la cabeza abandonar el supermercado y recorrer el mundo que había más allá de las estanterías. Ella, muy pilla, sabía también que a un corazón tan triste como aquel le sería muy difícil negarse a un poquito de felicidad.

Corazón Tristón torció la boca y con resignación metió la lata en su carrito y se fue a la caja a pagar. La cajera Margarita metió los productos en una bolsa y se los entregó a Corazón Tristón.

¡Guisantes! Muy buena elección, Tristón.
Sí. Me han prometido la felicidad.

Orgulloso con su compra, Corazón Tristón, llegó a su casa y puso sobre la mesa a Ágata. Estaba nervioso, como acelerado, latiendo muy rápido. Pensaba “ahora voy a ser feliz”. La lata y el corazón se pasaron toda la tarde charlando. La lata le contó su sueño de conocer el mundo y el corazón le prometió que en cuanto conociese la felicidad la dejaría libre para conseguir su deseo. Se hicieron amigos. Aquella noche Tristón se fue a dormir muy contento, seguro de que las cosas iban a mejorar a partir de ahora. Ágata, en cambio, no pudo pegar ojo, pues sabía que había mentido.

Pero yo no tengo poderes- se lamentaba la pobre lata.

Después de pensar durante largo rato, Ágata llegó a la conclusión de que sola no podía hacer nada por su nuevo amiguito. Así que se fue con la convicción de encontrar la felicidad y traérsela a Corazón Tristón y ser libre al fin para conocer el mundo. Dejó una nota y se marchó.

En busca de la felicidad, la lata Ágata se puso a recorrer la ciudad. Dio vueltas y más vueltas, pero no tuvo demasiada fortuna en su empeño. Cansada, se sentó en una acera y cuando levantó la vista vio un cartel colgado de un taller abandonado de colchones que le dio la respuesta: EL BUEN DESCANSO LE DARÁ LA FELICIDAD. Ágata, emocionada, salió rodando todo lo deprisa que pudo y se coló en el taller. Allí se puso a buscar el tal descanso que tenía la felicidad. Como no lo vio por ninguna parte, le preguntó a un muelle que estaba tumbado en el suelo:

¡Hola! Soy la lata Ágata y estoy buscando el descanso que da la felicidad.
Pues seguro que aquí ya no está. Aquí no queda casi nadie.
¿Y tú quién eres?
Yo soy el Muelle Fuelle.
¿Y sabes dónde puedo encontrar el descanso?
Sí, claro. El descanso está en un buen colchón. Yo conozco algunos muy buenos, pero como te dije ya no están aquí.
¿Y me puedes llevar ante ellos?

Hacía mucho tiempo que el Muelle Fuelle no hablaba con nadie, ya que el taller llevaba abandonado varios años. Así que sin apenas pensárselo, brincó del suelo y dijo:

Yo te llevaré donde están los mejores colchones del mundo.

Mientras, Corazón Tristón ya se había despertado y había comenzado a buscar a su amiga por toda la casa. Cuando encontró la nota no pudo evitar empezar a llorar: SIENTO HABERTE MENTIDO. NO TENGO SUPERPODERES. HE SALIDO A BUSCAR A LA FELICIDAD. VOLVERÉ.

La lata Ágata y el muelle Fuelle salieron del taller abandonado en busca de un buen colchón que diese la felicidad. La lata iba rodando y al muelle, que iba dando brincos, le costaba un poco seguirla.

Espera, latita, vas muy rápido para un pobre muelle como yo.
Perdona, Fuelle, es que es muy importante encontrar la felicidad- contestó la lata Ágata.

Pero como el muelle Fuelle hacía tanto tiempo que no salía al mundo exterior, había olvidado los caminos y se acabaron perdiendo. Cuando la lata estaba apunto de empezar a quejarse, pues de todos es sabido que las latas llenas de guisantes pueden ser muy impacientes, divisaron un viejo colchón apoyado en un cubo de basura.

Mira, ahí hay un colchón- gritó el muelle aliviado por haber cumplido su promesa.

Se acercaron y empezaron a arrastrarlo. Entonces una voz salió de dentro del cubo.

¡ Ei, dejad ese colchón en su sitio! ¿Dónde voy a dormir yo si os lo lleváis?

Era un viejo dragón de peluche el que hablaba. Su voz era fuerte. Daba casi miedo. Pero su aspecto, aunque un poco desaliñado, era angelical.

Perdona, dragón, es que Corazón Tristón lo necesita para conseguir la felicidad- dijo temblando la lata Ágata.
Pero la felicidad no está en los colchones- sentenció sabio el dragón.
¿Y dónde está?

El dragón, que se llamaba Popotitos, se puso a pensar.

Ya lo sé- dijo emocionado- la felicidad está en las tiendas de juguetes.

Como la lata no conocía el mundo exterior y el muelle había olvidado los caminos, el dragón Popotitos se ofreció a llevarles y visitar así a algunos juguetes que había conocido de niño. Enseguida dieron con la tienda y aprovechando un descuido del dueño, se colaron los tres amiguitos. La verdad es que la tienda parecía un buen sitio para encontrar la felicidad. Todos los juguetes aparecían limpios y sonrientes, lindos guardados en sus cajitas de plástico.

Perdona, ¿sabes dónde está la felicidad?- preguntó la lata Ágata a una peonza que bailaba distraída.

La peonza se detuvo en sus giros y miró extrañada a los tres visitantes. De pronto, empezó a gritar:

¡Socorro, socorro, han llegado los piratas!

Los camiones, las muñecas, los balones, los guerreros, los disfraces... todos empezaron a gritar. La lata Ágata, confundida, le preguntó de nuevo a la peonza:

¿Por qué gritáis? Nosotros no somos piratas.
¿Cómo que no? Entráis sucios, oliendo mal y sin llamar a la puerta. Vosotros sois piratas y no queremos piratas aquí.

Seguidos de la peonza, todos los juguetes comenzaron a corear “fuera, fuera”. Entonces, Ágata, recordando su vida en el supermercado y lo mal que ella se había comportado con otros productos por el simple hecho de creerse más exquisita, les dijo a sus amigos:

Vámonos. La felicidad no se puede encontrar en un sitio como éste.

Entre protestas y abucheos, Ágata, Fuelle y Popotitos salieron de la tienda de juguetes. Cuando estaban ya en la calle, lejos de tan desagradables personajes, una goma gastada les cortó el paso y habló:

He oído que estáis buscando la felicidad. ¿Puedo ir con vosotros? Yo en la juguetería no me siento a gusto. Las muñecas son muy engreídas y las pistolas muy violentas y el dueño ya no me necesita. Dejadme acompañaros, por favor.

Los tres buscadores, después de escuchar la historia de la pobre gomita de borrar, aceptaron muy gustosos que se fuera con ellos en busca de la felicidad. La gomita, a la que bautizaron como Nube pues nunca antes había necesitado un nombre, se puso muy contenta, aunque no pudo aportar ninguna idea, ya que se le habían gastado todas.

Después de caminar y caminar sin encontrar, Ágata se dio por vencida y tomó una decisión:

Lo siento, amiguitos, creo que nunca encontraré la felicidad. Es hora de volver a casa de Corazón Tristón y darle la mala noticia- dijo comenzando a sollozar.

En este tiempo de búsqueda se habían hecho muy amigos los cuatro compañeros, por lo que todos aplaudieron ante la gran idea que tuvo el muelle Fuelle:

Ágata, nosotros te acompañaremos y entre todos le explicaremos lo sucedido a Corazón Tristón. Ya verás como lo entiende y te deja libre para que cumplas tu sueño de conocer el mundo.

Unos rodando y otros saltando, llegaron hasta la casa donde esperaba desconsolado Corazón Tristón. Al ver entrar a la lata por la puerta, el corazón corrió hacia ella y la abrazó muy fuerte.

¡Qué feliz me hace verte de nuevo, querida amiga! Me tenías preocupado.
¡Ay, Corazón Tristón, te he fallado! No he podido traerte la felicidad.
Sí que la has traído. La has traído contigo.

La lata Ágata y sus compañeros de viaje entendieron que la felicidad no estaba en los colchones ni en las tiendas de juguetes, sino en la compañía de los verdaderos amigos. Y decidieron que todos juntos cumplirían el sueño de Ágata de conocer el mundo y se pusieron en marcha... pero, claro, esa ya es otra historia...

1 comentario:

dani torrent dijo...

Eh Rubén, a ver si consigo ponerte un comentario. Qué prolífico!!! Desde que visité tu blog la semana pasada, han aparecido un montón de cosas nuevas (los vídeos no los veo porque en mi ordenador no tengo altavoces). Muy chula la oda a la amistad de la lata Ágata.
Un beso, blogeadi, y hasta pronto