miércoles, 31 de marzo de 2010

BAILANDO EN UN JARDÍN DE MARIPOSAS

Está bailando en un jardín de mariposas, con un vestido blanco de topos rojos y una cinta en la cabeza, también roja. Lleva unos zapatos de charol dorados. Flota y mueve el vestido al compás de un vals que canta Leonard Cohen. El cielo es completamente azul, del azul que sólo el cielo sabe tener. No hay nubes, como cuando parece que algo terrible va a ocurrir. Pero no, quizás sea así la felicidad.

Las mariposas parecen papeles de confeti que se balancean en el aire. Suben y bajan y se retuercen. Están bailando también. Caótica coreografía.

De pequeño jugaba con las muñecas de las vecinas. Ahora se siente tan feliz como se hubiera sentido aquel niño si hubiera podido jugar con las suyas propias. Y mueve los labios intentando imitar al cantante. Incluso se le escapa algún lalala. Sí, sin duda, debe ser esto. La felicidad.


Piensa en su compañero barbudo. En dónde puede estar ahora. Si quizás le está esperando como él hace mientras baila, en otro lugar, en otro tiempo, en aquél en el que coincidirán los afectos. Nada puede agriar este momento. Pues tiene la seguridad, la más absoluta certeza, de que el amigo barbudo un día le querrá. No puede ser de otra manera. Aunque ahora ni le mire e incluso parezca que le aparta la mirada, mientras habla con los otros en francés.

Qué bonito es este vals.

Nada puede importar demasiado.

Cierra los ojos y es como si lo tuviera enfrente. Tiene los pómulos un poco enrojecidos. Le suele pasar cuando bebe vino. Le gusta el vino. O eso prefiere imaginar. Le gusta la música y el chocolate con picatostes que hace mamá. A Raquel también le gusta y se lo recuerda de tanto en tanto cuando se ponen a hacerle un repaso al pasado. Lleva el jersey de lana, el mismo que llevaba la primera vez que lo vio. Le da aspecto de no tener dinero. Y eso también le gusta. Sí. Y su sonrisa que apenas le cabe en la boca. Y los dientes separados.

El señor barbudo camina entre tules y mosaicos. Vive en un cubo con las paredes parecidas a la Alambra. No tiene nombre porque todavía no lo sabe, pero si habla francés tal vez sea Guillaume. Sí, le gusta pensar que se llama así. Y así le vamos a llamar aquí. De momento. Hasta que se dé a conocer. Hasta que coincidan los momentos. Y ojalá también los afectos. Porque hemos decidido que eso va a ocurrir. Premisa falaz.

Mientras baila al compás del vals le viene a la cabeza el hombre barbudo y de ahí salta al chocolate caliente de su madre que le lleva a la balada de Hans Christian Andersen, aquella que Yocley le enseñó hará un par de años, con almendras tostadas en las manos para ayudarse en la narración. A eso se le llama imaginación. Sí.


1 comentario:

Anónimo dijo...

delicioso como el chocolate con picatostes de mamá. gracias.